martes, 6 de diciembre de 2011



Íbamos enteros por la peatonal. Ningún rasgo extraño.
Las luces no eran demasiado fuerte que digamos.
Vestida de blanco ibas. Pañuelo negro en tu cuello. Ideal.
Y los túneles tapados para que no nos caigamos.
El panorama no era chistoso. Era callado.
Tímido. SILENCIOSO. DOS MUERTOS AFGANOS. Al costado. En un ritual morboso. LINDO.
Los cadáveres dados vuelta. Con corbatas rojas en la cabeza.
Y un gato sirviéndole café a los que lloraban y a los muertos también.
Sin azúcar y con edulcorante para el que se ahorcó hace un minuto.
Y nosotros dos.
Felices. Nosotros dos. Siempre dos.
Caminando. Siempre caminando. Solos.
Por la vida. Por los problemas. Por la familia. Por el existir. Por el descanso. Por la rutina.
Por lo de siempre. Pero siempre caminando sobre el mismo eje.
Pensando cada uno en el otro. Pensando que todo lo que perdimos no vuelve más.
Escuchando la misma música. Todo en el gran ensueño. Todo en la misma mentira.
La gran pesadilla del día a día. El paraíso del despertar sin aviso.
Todo en el mismo club. En la misma farsa. En la misma escalera. Agotados de vivir en el cansancio que es vivir. Viviendo adentro de nuestros cuerpos pero no de nuestros corazones.
Sin aullido y con mucho eco. Hablábamos.
Por celular yo.
El nokia c3 que me compré con el aguinaldo de diciembre. Hablándole al vacío vos. A tu vacío: EL ETERNO.
Los besos que me diste fueron mucho mejor que cualquier cosa que exista.
Bah, eso no fue en esta historia.
Fue en las otras 2 hs que seguí acostado de cansancio.
Pero nos amábamos. ERA LO MÁS REAL que me pasó desde la última vez que rompí la tele.
“Quiero hacerte un par de canciones”, te dije. Pero vos caminabas. Siempre ciega. Siempre fría. Siempre enamorada de la indiferencia. Cruda pero frágil.
Tus vecinos de cristal se secaban los mocos. Tenían ketamina en la nariz.
No había rock. Había amor. En mí.
Pensé que era muy egoísta de mi parte contar lo que hacía yo mientras vos ibas callada casi sin existir.
Tu ropa era brillante pero transparente. No tenías amigos. No tenías sida. Nunca conociste el peligro.
El peligro nació en vos.

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