martes, 27 de octubre de 2009

“De eso que quizás hablamos” (Poema de un hombre duro)



Uno puede narrar las mil vivencias
y jamás ser entendido.
La poesía es eso:
Cosa de locos

No quiero jactarme,
no necesito usar ni esa palabra para hablar de los poetas
La poesía me dirige al pasadizo de lo que más ansío.
De lo que más quiero.
Es el momento de contarlo todo.
Es adicción compulsiva.
Quién escribió jamás dejará de hacerlo.
Quizás, sí.
PARA DORMIR.

Pero a veces ni ESO.

Si es difícil dormir
cuando hay mil vivencias por contar.
Seguramente eso a nadie le interesará:
“Si el rengo caballo triunfa o pierde”,
“si la dama inconclusa lo ama o lo detesta”,
“Si el destino muere y tiene alma, o a lo sumo, eternidad”;
Si la maldita sospecha sea el miedo a la soledad…

La fuerza con que descargo mi ira.
Eso es la poesía.
El sentimiento más puro del ser.

Lo que surge del niño que llevamos dentro.
De ése niño que jamás pidió dejar de serlo.
Que tuvo que irse.
De golpe y sin aviso.

La vida es lo más lindo que me deja la poesía
(Aunque no quise decir esto ahora)

Esto de escribir creo que me está haciendo decir lo que siento.


¡Debo asesinar a la poesía…!!

O no.
MEJOR no.
Es lo único que me hace sentir bien:
“Ahora”

(A “G.S”)

... .... .... ....


...
Detesto los cumpleaños de quince como a la gente que sube a un colectivo lleno. Todos apretujados, despidiendo de sus axilas nada más que sudor. Parecen choripanes. Algunos volviendo de su trabajo (la mayoría), otros que quieren reventar la noche en un boliche y otros que vuelven de la casa de su noviecita o noviecito. Ya el aroma de sus perfumes se mezcla con el olor a transpiración. Y yo, ¡como extraño al negrito! No lo puedo olvidar.
Mis brazos lo piden, mi mente, los recuerdos, las cosas que vivimos.
El negro era como vida. Ok, está bien… mi vida es un laberinto. Pero el negro no era un laberinto. Más bien era la vida que yo quería tener. Algo salvaje y despiadado. Algo bondadoso por el cual creer en la gente.
¡Te extraño, negrito!
Vos eras más bueno que el pan, más bueno que Bush con diarrea.
No sé si la gente mira la forma en que te extraño, no sé si alguien se da cuenta en mis ojos rojos que tengo ira… mucha ira.

No veo la hora de llegar a casa, ducharme, escuchar “Idioteque”, fumarme un porro e irme a dormir. A veces, olvido que tengo sueño y me pongo a ver una película. Una de esas películas pedorras que pasa el canal Space.
Pero me pregunto,
¿Que estará haciendo el negro allá en el cielo? (si es que existe el cielo) La última vez que lo vi fue en la estación de Retiro. Aquella vez, él estaba radiante como un reloj. Su sonrisa brillaba porque regresaba a su provincia natal. El negro se iba a Entre ríos, a sus pagos. Allí estaba parte de su vida. Quería olvidarse de la ciudad a toda costa. Quería paz, quería dormir, no quería trabajar.
¡Que vago, el negro! En eso me hace acordar a mí.

Yo siempre odié las despedidas. Me parecen tan absurdas como un manojo de uvas. La gente solo debe despedirse cuando sabe que se está por morir, bah, eso creo yo. Siempre hay regresos y todo el llanto de despedida, ¿Quién carajo te lo devuelve?
Extraño al negro. El negro siempre será mi mejor amigo. El que encontré una vez en plaza Francia y me invitó a zapar unas canciones del flaco Spinetta, a hablar de Breton o de Kerouac. Esto de la dictadura me parece una mierda. Creo que puedo ahorrarme muchos libros de historia con solo decir que la dictadura fue una mierda.
Años después, recién me vengo a enterar que al negro lo desaparecieron. Se lo llevaron porque era un intelectual. Nunca pudo viajar a Entre Ríos. Lo habían requisado ni bien me despedí de él. Al negrito no lo voy a olvidar jamás. El era parte de mi vida. Esa vida salvaje y despiadada que yo quería tener…