miércoles, 14 de septiembre de 2011

Botitas


Pensé que todo había terminado.
El brillo de la máquina de escribir,
Esperarte cada tarde en la esquina de la estación de servicio
O alguna noche en el Zoológico.
Pero nunca leí ese poema que hablaba de mi inodoro.
Corríamos por la fábrica, me quemabas los cachetes con un encendedor.
Salíamos en bicicletas incendiadas por las calles de nuestra puta ciudad.
Todo parecía de cine en cámara antigüa…
Esa risa escondida reprimida. Mi pelo al costado.
Nos enojábamos siendo muy amigos.
No podíamos abrazarnos. Y lloré… lloré…
Quería morirme con mi buzo horrible. Y los millones de colectivos
enterrados en la espera.
Sentía demás… El perro en la playa.
Tu traje rojo siniestro. Todo fue siniestro.
Hasta mis ganas de querer ir más allá de todo.
Y nunca fue nada. Más que lágrimas y odio.
Odio. Lloré odio todos los días.
Estuve tan solo que no pude ser otro.
Sentía en mi lengua algo salado. Alcohol y muerte.
Era llorar. Olía mis ganas de escapar. No entendía nada.
Las emociones solían ser más fuertes que la debilidad.
Y aquí estoy. En mi bicicleta incendiada.
Tengo ganas de morir pero voy a reír. Voy a esperar. No quiero llorar.
Hay algo más fuerte en el cenicero.
Es la lata de mermelada. Y unos anteojos que no quiero usar.
Todo se va.
Todo termina siempre.
Pero siempre no pareciera ser mi comienzo.
Un gesto gordo. Un abrazo que no.
Mis ganas de morir llorando algo que no entendí
Pero me lastimó demasiado… ESTUVE EN LA GUERRA MÁS ESTÚPIDA
LLENA DE FUEGOS ARTIFICIALES.
Ahora dejo la casa mojada…
El perro mojado…
El cementerio bajo una pileta.
Mañana empieza otro día para todo el universo…
Y la imagen más absurda del mundo:
Mi mamá cortándome las uñas de los pies
mientras me duermo…

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